La dificultad que supone materializar cambios en nuestra vida es de sobras conocida por todos, ya sea cambios en nuestra forma de comportarnos y reaccionar ante determinadas situaciones, o a la hora de tomar decisiones. Pero muy especialmente, cuando de lo que se trata es modificar nuestra forma de pensar y de sentir, es decir, cuando lo que se intenta es cambiar psíquicamente.
Posiblemente, es entonces cuando la persona decide iniciar una terapia psicológica, ya que explícita o implícitamente, está buscando ayuda para llevar a cabo una serie de cambios en su manera de ser y de vivir, seguramente con el objetivo de no sufrir innecesariamente o de sufrir menos. En ocasiones, las expectativas sobre tales cambios personales están muy idealizadas, por lo que cualquier cambio ajustado a la realidad que surja de la relación terapéutica, puede ser vivido como pequeño, insignificante y, casi siempre insuficiente. En estas situaciones, serán muy importantes las intervenciones del/a terapeuta, en el sentido de ayudar al paciente a soportar la frustración, ligada a la aceptación de la realidad, y que se deriva de no conseguir sus idealizaciones. Además habrá de enseñarle a reconocer la validez e importancia de los cambios reales sí conseguidos. En otras ocasiones, el problema de los cambios psicológicos que se derivan de la relación terapéutica, está asociado a un sentimiento y actitud de incapacidad por parte del paciente para conseguirlos, que fácilmente se hacen extensibles al trabajo terapéutico, concluyendo que también éste será inútil. En estos casos, el/a terapeuta ha de contener esta difícil situación emocional e ir mostrando al paciente, cómo puede poner la relación terapéutica al borde de la ruptura y así confirmar su temor de no poder cambiar a ningún nivel.
El cambio psicológico suele plantear el dilema de ser deseado y a la vez temido por las personas, las cuales fácilmente se sentirán atrapadas entre estas dos tensiones opuestas. En todo proceso de crecimiento y desarrollo de una persona quedan integradas estas dos tendencias, una que busca los cambios como vía de progreso personal y evolución. La otra, que tiende a resistirse, a sentir miedo, a no poder dejar la situación conocida, pero que a su vez representa un camino de estancamiento y paralización, lo cual también es un generador de malestar.
Este conflicto de fuerzas inherente en mayor o menor medida a todo cambio, explica porqué es tan difícil de llevarse a cabo. Al iniciarse un proceso de cambio se produce, en un primer momento, un efecto de desestructuración y caos que se ha de ser capaz de tolerar, y hasta que se ha consumado el cambio no pueden evaluarse sus consecuencias. Si, en el peor de los casos, resulta que son desastrosas, podríamos decir que ya no hay vuelta atrás, el cambio en vez de constituirse en una experiencia de evolución personal, se ha constituido en una experiencia negativa y traumática, que puede determinar un antes y un después en el funcionamiento mental del individuo.
Los psicoterapeutas experimentados de orientación dinámica, conocen este complejo trasfondo que conlleva toda experiencia de cambio psíquico, por este motivo en la relación terapéutica tratan de respetar y observar cuidadosamente el funcionamiento emocional de los pacientes, y entender sus miedos e inseguridades, y sobre todo sus reticencias al cambio para poder elaborarlas. De tal manera que puedan llegar a ser un contenido fundamental de reflexión y toma de conciencia, a partir del cual el paciente llegue a aumentar el conocimiento de sí mismo y pueda plantearse decisiones con más criterio de realidad, de tal modo que el cambio sea factible y además consiga ser exitoso.
Por todo lo que acabamos de explicar y por el hecho de que es la relación terapéutica el instrumento que va dirigiendo y controlando el proceso terapéutico, el trabajo de terapia psicológica relacional acostumbra a necesitar un tiempo mínimo para que se despliegue el proceso de comprensión, podría hacerse el paralelismo con el crecimiento de un niño, que también requiere su tiempo de maduración. Y esta característica puede contrastar con las tendencias de la sociedad occidental actual en dónde se hace prevalecer el gusto por la rapidez: cambios rápidos, comunicación veloz, comida rápida, los niños también han de espabilarse y convertirse en independientes lo antes posible. La consecuencia es que se produce un choque entre las necesidades internas de las personas y su ritmo natural, con las presiones que reciben del entorno para que funcionen y produzcan de una determinada manera.