Actualmente se ha puesto de moda la expresión, “salir de la zona de confort”, como una manera de significar que no hay que acomodarse. Es decir, el esfuerzo por el mero hecho de ser esfuerzo ya es valioso en sí mismo. Desde esta perspectiva se puede deducir que, la actitud adecuada a lo largo de la vida de las personas es impedir estabilizarse en el propio regocijo y en la propia satisfacción. Mi reflexión en este escrito es dejar constancia sobre cómo el entorno social, a partir de este tipo de expresiones, tiende a utilizar las angustias de sus miembros para ejercer una fuerte presión sobre ellos, a menudo basada en argumentos confusos y, de esta manera, volverles más manipulables.
Los psicólogos y profesionales que nos dedicamos a atender la salud mental de las personas estamos muy en contacto con las angustias que conlleva el desarrollo vital. Por lo que, uno de los objetivos fundamentales de nuestra tarea es ayudar a los pacientes a discernir entre el sufrimiento útil del que no lo es. Cuando hablo de sufrimiento útil me refiero a aquel que es ineludible, y que va a contribuir al crecimiento vital de la persona, a su evolución y maduración. En cambio, el sufrimiento innecesario, inútil sería el que solo sirve para asfixiar a la persona que lo siente y provocarle una mala vida.
A mi entender, esto significa que, los psicólogos no pueden ni tienen la misión de erradicar las angustias de los pacientes; sino ayudarles a procesarlas, elaborarlas, entender su significado y, en definitiva, hacerlas más soportables. Enseñando y desechando el malestar que no les sirve para avanzar en el camino de la vida. Todo ello implica, por parte del psicoterapeuta, tener que tolerar la frustración de no poder responder a los deseos infantiles de algunos pacientes cuyo anhelo es librarse para siempre del malestar. Y no solo eso, sino que, en ocasiones, se da la paradoja de que el proceso de maduración personal implica tener una mayor conciencia del riesgo a sufrir. A cambio de hacer un trabajo psicológico adecuado, los pacientes aprenden a tolerar mejor la frustración, a situarse en la vida con un juicio de realidad más integrado, la aceptación de los propios límites y a incrementar su fortaleza mental y anímica.
Así, pues, desde este punto de vista, conseguir la propia “zona de confort” en la vida significa haber alcanzado un logro enorme y no estar desperdiciando las capacidades vitales, como parece sugerir la expresión arriba mencionada. Se infiere, entonces, que la persona ha superado barreras y dificultades diversas, por lo que ya está preparada para gozar y disfrutar del resultado de este alcance. Y, si esto es verdad, porqué circula el mensaje de que hay que abandonar la zona de confort tan difícil de conseguir. Quizá la intención es confundir y lanzar la creencia de que cuanta mayor exigencia tengan los individuos más lejos van a llegar en la vida y, por tanto, más felices serán. O/y lanzar el mensaje de que hay que exigirse al máximo para, manipuladora e implícitamente, facilitar la mayor participación en la sociedad de consumo.
La reflexión es interesante, dónde hay que colocar el límite entre esfuerzo y disfrute del placer. Sobre todo, teniendo en cuenta que la sociedad actual está abocada a sufrir una gran transformación. Todo hace pensar que las generaciones venideras van a disponer de mayor tiempo de ocio. Quizá la sociedad industrial, en la que prevalece la lucha por los puestos de trabajo, se irá extinguiendo en favor de otro tipo de sociedad más digitalizada, los robots desempeñarán muchos trabajos y las personas quedarán disponibles para gozar de su tiempo de vida o para sufrir el hastío. ¿Utopía? Tal vez…