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Ana Minieri Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

”Más de treinta años de experiencia en asistencia y tratamientos psicológicos en Barcelona.”

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Este escrito pretende ser una breve reflexión sobre el importante papel del funcionamiento simbólico de la mente cuando la persona se halla inmersa en el trabajo emocional de duelo. Si tenemos en cuenta que la simbolización es una forma de comunicación con uno mismo y con los otros, su actividad se hace imprescindible ante el deseo de recuperar a la persona perdida que ocupa el duelo. Así es cómo el deudo puede paliar el intenso sufrimiento originado por la pérdida del ser querido, restituyéndolo en el mundo interior mediante experiencias espirituales contenidas en las representaciones simbólicas.

Quisiera poner en relación directa dos procesos mentales complementarios, capaces de contribuir significativamente en el crecimiento personal de los seres humanos si fluyen adecuadamente y no encuentran impedimentos de orden emocional. Me refiero al proceso de elaboración del duelo, tantas veces requerido a lo largo de la vida, y al proceso de simbolización, tan unido a la creatividad y fundamental para continuar con el provechoso devenir de la vida.

Ya dije en otros escritos (“¿qué es el duelo?”, octubre 2019. “El niño y el inicio de la guardería”, marzo 2014) que el duelo, como reacción a las sucesivas pérdidas, es una experiencia que acompaña a los seres humanos desde el inicio de la vida. A la vez que genera dolor, indefensión e impotencia, también genera un fuerte anhelo de superar el trance, de hallar un substituto que pueda restablecer el equilibrio personal y emocional; En esta encrucijada de tener que soportar el dolor y necesitar superarlo se halla la posibilidad de la simbolización (“El papel de la simbolización en la vida mental: De la esclavitud del deseo a la liberación del símbolo”, octubre 2019). Volver, repetidamente, sobre las representaciones mentales de lo acontecido, permite abrir el pensamiento a múltiples variabilidades respecto a la realidad fáctica, obteniendo, así, una flexibilidad mental que puede dejar entrever otras perspectivas para comprender y sentir la pérdida, también, de forma cambiante y con diversas intensidades emocionales. El hecho de ya no poder disfrutar de la presencia externa y real de la persona difunta activa su búsqueda a través de los símbolos para conseguir devolverla a la vida, pero en el mundo interno. Por ello, mediante la simbolización el deudo alcanza ponerse en comunicación con el ser fallecido y, así, revivirlo en su interior y acompañarse perennemente. Desde este punto de vista, la simbolización conseguiría dar forma y cuerpo a la experiencia espiritual de vinculación con la persona fallecida, la hace presente y visible, aunque ésta sea invisible y esté ausente en la realidad externa, hecho inmutable. Se podría afirmar que el duelo culmina adecuadamente cuando, de alguna forma, el individuo consigue llegar a este objetivo.

Es importante subrayar que el proceso de simbolización es posible si hay un reconocimiento y aceptación del dolor que emana de la pérdida. De otro modo, se podría caer en un funcionamiento confusional, en el que se toma el símbolo como idéntico a lo simbolizado, en un intento de negar la pérdida dolorosa. Eso sería una alteración de la función simbólica.

Ana Minieri
Ana Minieri | Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

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