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Ana Minieri Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

”Más de treinta años de experiencia en asistencia y tratamientos psicológicos en Barcelona.”

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El juego en el ámbito vital y natural de las personas se asocia al placer, a momentos de ocio, al despliegue de la creatividad, entretenimiento y diversión. También nos lo muestra de esta manera la observación en el mundo animal, el juego es instintivo, no requiere ningún aprendizaje y puede iniciarse en cualquier situación y con cualquier tipo de objeto animado o inanimado. Para los profesionales de la salud mental, pedagogía y desarrollo humano, jugar es tan fundamental como comer, respirar o satisfacer cualquier otra necesidad básica.

Cualquier actividad lúdica y placentera para quién la realiza, y, especialmente, desde esta perspectiva subjetiva, puede considerarse un juego, pero no sólo eso define lo que es el juego, puesto que éste también conlleva otras vertientes: explorar, ensayar, experimentar, reparar (https://www.anaminieri.com/proceso-reparacion-psicologica/), aprender, imitar, crear, entretenerse, etcétera. Sobre todo, en el caso de los niños, cuya vida se enmarca en una perspectiva evolutiva y de cambio constante, por lo que el juego es una necesidad básica para su crecimiento y desarrollo psico-motriz. Según sea la edad del niño, el tipo de juego que ejercitará estará determinado por sus capacidades, así en el caso de los bebés y niños más pequeños prevalecerá un juego experimental basado en la sensorialidad: escuchar sonidos, tocar diferentes texturas, ver y no ver, el movimiento de las propias extremidades, exploración del espacio y la gravedad. Se trataría de ejercitar una sensorialidad indiferenciada en un inicio, para, así, poco a poco, reconocer la diversidad de tales sensaciones e integrarlas, transformándolas en una experiencia gozosa.

 A medida que el niño va creciendo y ampliando su mundo real, incluyendo un mayor número de personas en él, el juego comenzará a ser normativo y reglado, coexistirá con aquel otro tipo de espacio de juego libre y creativo, que le puede servir de escenario a medio camino entre la realidad interna o fantasía y la realidad externa (el prestigioso pediatra, D. Winnicott denominó a este espacio, “espacio transicional”) en el que poder representar repetidamente las situaciones que va viviendo en la realidad, pero que necesita entender más, procesar mejor, o simplemente, volver a evocar. De esta manera, se despliega el juego simbólico (https://www.anaminieri.com/el-papel-de-la-simbolizacion-en-la-vida-mental-de-la-esclavitud-del-deseo-la-libertad-del-simbolo-2-2/) que permitirá introducir variantes individuales pertenecientes a cada niño, guionista-director-productor de su peculiar argumento de juego. Más adelante, ya en la adolescencia, (El adolecente sin futuro) el juego estará muy ligado al cuerpo como protagonista de las preocupaciones de los jóvenes: bailar, abrazarse, hacer deporte, iniciarse en la sexualidad, etcétera.

Vemos, pues, cómo el juego es el mejor aliado del aprendizaje y crecimiento personales gracias a su vertiente exploratoria, que se nutre de aspectos emocionales como son la curiosidad, el deseo de poner a prueba los límites, la expresión de aquellas emociones difíciles de aceptar en el entorno como es la rabia, la envidia, los celos, etcétera; Y, también en el juego, se reproduce la frustración inherente a la adaptación y aceptación de la realidad externa. Esta cuestión no es menor porque en función de cómo se soporta la frustración en el juego puede ser determinante para modificar su contenido y/o, incluso, detenerlo. De este modo, regresar a la realidad hasta que llegue el próximo momento de juego.

Si no se producen interferencias pedagógicas o de otro tipo, entre la realidad externa y el juego libre se establece un diálogo inconsciente y constante que, puede durar a lo largo de toda la vida de las personas. El eje compartido entre ambos escenarios es la frustración y cómo la necesidad de elaborarla y/o rehuirla provoca que, tanto en el niño como en el adulto, la acción se desplace de un plano a otro. En el caso de los niños es bastante obvio el cambio de una actividad a otra, pero en el caso de los adultos el tránsito puede ser más sutil, ya que, si bien, los espacios de trabajo y de ocio suelen estar bien diferenciados, todo aquel trabajo que el individuo realiza con creatividad incluye una vertiente lúdica muy útil para dotar de placer al deber de trabajar. A la vez que, en ocasiones, planificar el ocio puede resultar difícil convirtiéndose en un trabajo ineludible.

Ana Minieri
Ana Minieri | Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

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