Los profesionales de la salud mental, especialmente aquellos que ejercen la práctica de tratamientos psicológicos de cierta duración, como es la psicoterapia de línea dinámica o comprensiva, saben lo necesario e interesante que es incluir en su formación la tarea de supervisar la relación terapéutica en sus diferentes contextos, además de llevar a cabo un tratamiento personal y realizar una formación teórica continuada.
La supervisión clínica constituye la tarea de volver a pensar en la relación terapéutica con una mayor perspectiva (a distancia y desde fuera de la relación con el/a paciente) y desde una nueva perspectiva (entrar mentalmente en el interior de la relación con el/a paciente desde la experiencia relacional de supervisión). Para ello es necesario que el/a terapeuta lleve a cabo la elección de una tercera persona a quién le asignará la función de supervisor/a, y con quién compartirá la tarea de supervisar el material clínico. Teniendo en cuenta que la supervisión habrá de soportar los criterios y las condiciones de confidencialidad y anonimato que implica la relación terapeuta-paciente.
Como criterio general, la motivación que subyace a la decisión de cuándo supervisar una determinada experiencia asistencial recae en el/a profesional que la está llevando a cabo, y siempre en función de las ansiedades, sufrimiento personal, y necesidades de aprender que dicha experiencia le está desencadenando. Quedarían excluidas – o no tanto – las supervisiones institucionales ya impuestas y estipuladas de antemano. Acostumbra ser habitual que estos tres componentes personales se hallen combinados en el profesional, aunque uno de ellos le apremie más que los otros, o sea más consciente del mismo.
Quizá la situación más obvia que motiva buscar supervisión es el inicio de la práctica clínica, cuando el/a psicólogo/a clínico/a es novel, y por tanto, carece de una experiencia previa laboral que le oriente y dirija su intuición y criterio profesional. Este estado de inexperiencia es un generador de intensas ansiedades y temores que interfieren en la capacidad de pensar con claridad, dificultan recurrir al sentido común por parte del/a clínico/a. La ansiedad de no saber lo suficiente, el temor a no poder asumir el sufrimiento que los pacientes van a transmitir, la dificultad en el manejo de las expectativas proyectadas, incluso el miedo a hacer daño, resultan una presión tan fuerte en el/a psicólogo/a novel que van a determinar el uso de actitudes defensivas ( negación omnipotente, actitudes regresivas que incrementan sentimientos de impotencia y pequeñez, confusión, etcétera) que pueden ir en detrimento de una adecuada contención y receptividad asistenciales.
Otra situación que suele ser un sólido motivo para iniciar la supervisión clínica es la soledad del/a psicólogo/a frente a la demanda de ayuda que hacen los pacientes. Esta condición de trabajo resulta ser una paradoja que los profesionales han de fomentar y soportar, a la vez que solventar. Por lo general, los pacientes consultan buscando a alguien (psicólogo/a) que les pueda escuchar y comprender en un ambiente de intimidad, privacidad y respeto. Es en este sentido, que el/a profesional ha de implicarse personalmente en soledad y sin intermediarios para vivir la experiencia del contacto terapéutico junto al/a paciente, de un modo genuino. A la vez, esta misma situación de establecer una relación terapéutica “codo a codo” terapeuta-paciente conlleva el riesgo de generar zonas ciegas (en el sentido de no ser comprendidas, o no tener conciencia de las mismas) en las que pueden depositarse elementos relacionales (colusiones, complicidades inadecuadas, dificultades no habladas ni pensadas sino transformadas en acciones, etcétera) que obstaculicen el adecuado avance de la terapia.
Para finalizar, considero muy importante la búsqueda de la supervisión clínica como una respuesta a la necesidad del/a psicólogo/a de aprender de la experiencia. Es una forma de mantener la mente abierta y flexible, estar a punto para realizar la autocrítica, higienizar zonas de saturación dado que se trabaja con el paciente a partir de la repetición de situaciones y vivencias, tener una actitud de disponibilidad para reconocer que la relación terapéutica se plantea para aportar beneficios al paciente pero también es susceptible de constituir una experiencia vital para el terapeuta de enriquecimiento personal.
Recomiendo leer Diario de un joven médico de Mijáil Bulgákov, Barataria-ediciones 2013, ISBN 9788492979516, novela que ejemplifica magistralmente el sufrimiento que representa para un profesional iniciarse en la tarea de asistir a otro ser humano.