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Ana Minieri Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

”Más de treinta años de experiencia en asistencia y tratamientos psicológicos en Barcelona.”

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La unión idílica de una pareja tiende a desdibujar la identidad de cada uno de sus miembros, y, en consecuencia, se produce una dilución de la individualidad que suele ser aprovechada como tapadera de la envidia que puedan sentir los cónyuges entre sí. En estos casos, la facilidad con la que utilizan la indiferenciación entre ellos, que les permite apropiarse de la identidad del otro para realizar cualquier tipo de diligencia, pone de manifiesto que se está llevando a cabo una usurpación de la identidad del otro, consentida o no, y que está al servicio de enmascarar sentimientos de envidia activos, pero no reconocidos conscientemente.

El crecimiento físico, psicológico y social del ser humano se destaca por dos procesos muy relacionados entre sí, por un lado, la separación y diferenciación progresivas del entorno primitivo y funcionalmente maternal. Por otro lado, la habilitación también progresiva de los propios recursos individuales para alcanzar un estado de autonomía, lo más pleno posible. Obviamente, ninguno de estos dos procesos puede alcanzarse de un modo absoluto, sino que la persona se halla en una fluctuación permanente, en un ir y venir constante de más a menos y de menos a más, siempre en función del estado del yo y las situaciones de su entorno. Esta constante lucha del ser humano por establecer la diferencia entre él y los otros, y ponerse a prueba en su individualidad en cuanto a capacidades y limitaciones, forja y asienta su identidad que no es otra cosa que el sentimiento de ser uno mismo. Evidentemente, también la identidad va sufriendo oscilaciones a lo largo de la vida.

La progresiva capacidad de diferenciar conduce inevitablemente a una situación de mayor complejidad sentimental, puesto que la persona se reconoce teniendo que soportar el sentimiento de soledad y desde ahí, la responsabilidad de construir la propia vida. Entonces aparece la necesidad de compararse con los demás, la rivalidad y la envidia, siempre en sus dos concepciones: la de evaluar en qué estado se encuentra la persona ante los demás para poder ir más allá, y la de sentir la rabia de no tener o ser lo que los demás tienen o son. Cuando no se diferencia y se está emocionalmente confundido con los otros, ni hay necesidad de comparativa de uno con los demás, ni rivalidad y menos envidia ya que dos son uno.

La relación de pareja constituye una de las experiencias emocionales que torna vulnerable la identidad de sus componentes, ya que marca un punto de inflexión en el proceso de individualización. En términos generales, compartir la vida afectiva con otra persona implica restablecer el equilibrio personal entre la pérdida de espacios de individualidad y la adquisición de espacios de unión y comunes a la pareja. La complejidad existencial es mayor, puesto que ha de entenderse que la relación de pareja ha de estimular el crecimiento psicológico de la individualidad y a la vez este buen desarrollo ha de revertir en un aumento de la calidad relacional de la pareja. Entendida de esta manera, la unión de la pareja tiene como fundamento emocional el respeto a la diferenciación entre sus integrantes, y la tarea de entrenarse para sobrellevar las diferencias que pueden servir para complementarse. Paradójicamente, este modelo de relación de pareja sería capaz de soportar sentimientos de rivalidad y de envidia, no sin conflicto, haciendo el esfuerzo de transformarlos en ayuda mutua, solidaridad y cooperación.

Sin embargo, ni la sociedad occidental transmite esta idea sobre las relaciones de pareja ni la realidad de las mismas acostumbra a seguir este patrón, lo que predomina es la visión de la relación de pareja entendida como “ser una misma carne”, como el hallazgo de la similitud entre dos, en vez de un entrenamiento y aprendizaje para tolerar las diferencias que existen entre uno y el otro. Seguramente, esta concepción de la pareja como el encuentro entre dos almas gemelas constituye una tentación irresistible de vivir “la fusión con otro ser”, ya sea como una compensación a carencias afectivas y/o como un anhelo a rememorar la fantasía idealizada del bebé de ser uno con la madre. De tal modo que, el precio que se paga por eludir las dificultades y conflictos que implica convivir con la diferencia del otro cónyuge, puede llegar al extremo de una tal indiferenciación de identidades que uno funcione como si fuera el otro. En este contexto relacional tan indiferenciado, no puede hablarse de usurpación de la identidad porque uno es la prolongación del otro.

La usurpación de la identidad sólo lo es, a partir del momento en que uno de los dos cónyuges sale del magma indiferenciado de la relación y se da cuenta del tipo de trato en el que participa y/o recibe, poco respetuoso hacia la individualidad. A partir de entonces, se hará cada vez más difícil mantener bajo control la emergencia de sentimientos de envidia, así como el sufrimiento y protesta por la apropiación indebida. Inevitablemente, el equilibrio afectivo de la pareja se pone en crisis.

Ana Minieri
Ana Minieri | Psicóloga clínica y psicoterapeuta en Barcelona

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