El miedo es una emoción básica del ser humano. Cuando se desencadena ante situaciones peligrosas u objetos que pueden dañarnos, lo consideraremos adaptativo y un factor estructurante de la personalidad porque tiene la función comunicativa de avisarnos de un peligro, y en consecuencia nos permite prepararnos para protegernos, ponernos a salvo, y defendernos, en el caso de que sea necesario. Esto significa que no todos los miedos son fobias.
Las fobias pueden definirse como unos miedos irracionales y excesivos, desmesurados ante estímulos inocuos. Por ello las fobias son miedos patológicos. La persona que siente fobias puede ser muy consciente de la irracionalidad de sus miedos, pero se siente impotente y sin recursos para modificar su manera de sentir. El rasgo más característico de la persona fóbica es su tendencia a utilizar conductas de evitación del estímulo fobógeno (del estímulo que desencadena la fobia). Por este motivo resulta muy extraño ver a la persona padeciendo el miedo, ya que ni se acerca al objeto o situación desencadenante de la/s fobia/s. Precisamente, son estas conductas de evitación que pueden resultar muy incapacitantes y, no solo esto sino que, dificultan que la persona pueda vivir la experiencia de enfrentar y superar la fobia.
La fobia delimitada o específica es aquella en la que el miedo está depositado en un objeto concreto, (no sería el caso de la agorafobia, puesto que es el miedo a los espacios abiertos) y sería el resultado o producto final de un proceso psíquico complejo. En primer lugar, hemos de tener en cuenta que la fobia se instala en personas con una personalidad previa, con una manera de ser característica. Esto es, muy insegura, ansiosa, con mucha sensibilidad al miedo, y con una marcada tendencia a dividir el mundo y las relaciones en dos: personas, objetos y situaciones que proporcionan calma, seguridad y protección, Y personas, objetos y situaciones que producen miedo. De esta manera, la persona fóbica se acercará al “mundo” que considera protector, y evitará aquel que le genera miedo.
El origen de la fobia puede encontrarse en situaciones traumáticas, ya sea de la infancia o de un tiempo pasado, vividas por la persona que padece la fobia. Debido a un proceso defensivo de desplazamiento, la persona reacciona con el miedo que corresponde al trauma ya vivido cuando se encuentra ante un determinado objeto, al que denominamos objeto fobógeno, el cual ha quedado comprometido seguramente por tener alguna relación secundaria con el trauma. Por ejemplo: la persona tiene un accidente de coche y como consecuencia desencadena una fobia a los coches. La conducta de evitación ya no le permitirá acercarse a lugares muy transitados por coches.
Otro origen de la fobia puede hallarse en los procesos proyectivos de sentimientos conflictivos y difíciles de soportar, como son la rabia, el enfado y la agresividad. Entonces cuando una situación relacional puede desencadenar un conflicto emocional de este tipo, la mente hará una expulsión hacia fuera de todos los contenidos que la persona no puede soportar y la reacción posterior será el miedo o fobia a acercarse a la situación proyectada, expulsada. Con una tendencia a percibir a las otras personas o situaciones, deformadas y más amenazantes de lo que son en realidad.
Asimismo, también son importantes los modelos que ofrecen los padres. Si ellos son fóbicos transmitirán al hijo que hay peligros en todas partes, y por tanto ha de tener miedo. Las madres sobreprotectoras transmiten al hijo su inseguridad y sus miedos, por lo que fácilmente pueden convertirlo en una persona fóbica.
En el caso de los niños, es importante diferenciar lo que es una fobia de lo que es una ansiedad de separación. Así cuando se habla de fobia escolar, es importante diferenciar y descartar si puede tratarse de unas dificultades en separarse de casa, del ambiente familiar y conocido.