La cuestión a debatir en este escrito es si, realmente, el ser humano puede prepararse psicológicamente para enfrentar su propia muerte. Ya Freud en Consideraciones sobre la guerra y la muerte (1915), sostuvo que en el inconsciente no existe la noción de la propia muerte, se va aprendiendo algo de ella cuando la muerte es ajena, se produce en otras personas, pero entonces la muerte es tratada como cualquier otro objeto de estudio y no es “mi muerte”. Resulta difícil saber cómo puede representarse mentalmente la muerte si nunca se ha vivido anteriormente, no puede simbolizarse aquello que no ha sido experimentado previamente.
En sentido estricto, el concepto de preparación no se ajusta adecuadamente al hecho de morir, ya que no se concibe un tiempo necesario para el ensayo y error, para el perfeccionamiento que conlleva todo proceso de aprendizaje. La muerte se produce en un instante, tiene una inmediatez y todo lo previo atañe a la vida, lo que viene después ya es muerte, es irreversible. Cuando se inicia la muerte, finaliza el aprendizaje. Y cuando se inicia el aprendizaje, finaliza la muerte. Por ello, no se aprende a morir, sólo puede aprenderse aquello que posibilita su continuidad en el tiempo.
Como bien se pregunta el filósofo, Vladimir Jankélévitch en su libro sobre la muerte, “¿cómo, me queréis decir, me iba a preparar yo para un acontecimiento absolutamente inaudito, nunca visto, nunca vivido, para un instante del que nadie en este mundo tiene la menor idea ni puede saber por adelantado de qué naturaleza es?” (en V. Jankélévitch, La muerte, Pre-Textos, 2002, Valencia).
La propia muerte no tiene precedentes, por ello la actitud de las personas ante su inminencia puede resultar muy reveladora o decepcionante. Dicho esto, la propia muerte es un hecho único, personal e intransferible, nadie puede hacerlo por uno mismo. Acostumbra a ser una fuente de angustia, un misterio del que nadie puede escaparse y que sólo uno mismo puede enfrentar. Teniendo en cuenta que la muerte es el límite final de la vida y, que la conciencia de límite es un potente estímulo para la propia maduración, entonces podemos afirmar que la conciencia de la propia muerte ayuda a madurar. De este modo, pensar en la muerte lleva a pensar en la vida como un tiempo limitado, una oportunidad de ser que se ha de aprovechar y valorar en la medida que se perderá. Así es como la vida se convierte en un asunto muy serio para cada cual que ha de pensarse, en cambio no se sabe qué pensar de la propia muerte, no se puede coexistir con ella. O se está vivo o se está muerto.
La conciencia de la muerte ayuda a superar el narcisismo de las personas y ayuda a que se reconcilien con la naturaleza. Dicho de otro modo, la muerte puede contemplarse como el fracaso de la omnipotencia del ser humano, el cual ya no podrá controlar su futuro. De hecho, las personas que están en mejores condiciones de aceptar la muerte son aquellas que se sienten satisfechas con su manera de vivir y pueden aceptar el fin de su ciclo vital, bien aprovechado.