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Ana Minieri Psicòloga i psicoterapeuta a Barcelona

”Més de trenta anys d’experiència en l’assistència i tractaments psicològics a Barcelona.”

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En la psicología psicoanalítica, la noción de perversión está íntimamente ligada a la teoria psicosexual de Freud que hace referencia a una persistencia en la edad adulta de conductas infantiles placenteras, que sustituyen a la conducta sexual adulta y ajustada a la norma social. En la actualidad y en un sentido más general, se entiende por perversión una deformación de conductas y costumbres que, previamente a dicha deformación, son consideradas sanas y normales. Por tanto, las perversiones son distorsiones y desviaciones de conductas que resultan extrañas siempre en referencia a una norma social, teniendo en cuenta también que implican fuertes connotaciones morales. La cuestión primordial en este escrito es reflexionar sobre cómo se utiliza en la actualidad este concepto de perversión.

En la actualidad, la psicopatología tiende a poner el acento en el nivel y tipo de sufrimiento o de angustia que tienen los pacientes, y no tanto en las manifestaciones comportamentales ni en sus causas. Los manuales de psicopatología suelen no contemplar el término de perversión – sexual –  seguramente por la carga moral peyorativa que contiene y las confusiones que puede acarrear. Recordemos que Freud se refirió a la perversión sexual en el sentido de una desviación del impulso sexual en cuanto a su fin y su objeto, y de ninguna manera hizo alusión a un juicio moral u ético de las conductas perversas. Sin embargo, construyó su teoría psicosexual a principios del siglo XX en un contexto social y religioso mojigato, con valores morales muy rígidos y con fuertes mecanismos de represión sexual, lo que resulta bastante revolucionario.

Desde la construcción de aquella teoría psicosexual freudiana hasta el momento presente ha transcurrido algo más de un siglo, y la noción de “sociedad líquida” introducida por el fallecido sociólogo Zygmunt Bauman, puede orientarnos sobre los cambios que ha sufrido nuestra sociedad a lo largo de estos años. Es sabido que los líquidos adquieren el volumen definido por el recipiente que los contiene, y esta característica es atribuida a la sociedad actual por la poca “solidez” y consistencia de los valores y sentimientos de los individuos que la conforman.

Cuando nos referimos al ser humano y su mente, se entiende por “recipiente” el contexto grupal que le envuelve y con quién establece una constante interacción a lo largo de su desarrollo, que le influye y, también, determina su funcionamiento. Por tanto, es interesante comentar que una de las características destacables de ese entorno social actual es la inmediatez, desde la rapidez de la comunicación e información hasta la sobrevaloración de la velocidad de los cambios, promovida por el consumismo voraz que determina la obsolescencia de casi todo. Desde esta perspectiva resulta muy difícil dejar al margen los comportamientos de las personas que constituyen dicha sociedad, por lo que los sentimientos, valores, y relaciones también forman parte de esta dinámica en la que solo tiene valor “el aquí y ahora”, sin compromiso de existencia y vigencia para el mañana. De esta manera la sociedad se ha vuelto líquida pero también se ha vuelto caduca, tanto es así que incluso podría afirmarse que ya tampoco existe el futuro puesto que habría quedado engullido por la inercia de esta dinámica de la rapidez.

Ante este tipo de continente social incapaz de mantener el “status quo”, cabe preguntarse si, paradójica y realmente ejerce la función de continente, y si procede utilizar el concepto de perversión entendido como una deformación de conductas. Teniendo en cuenta la laxitud del marco en cuanto a su función de norma, de referente, de continente diferenciador, resulta incompatible hablar de deformación en una sociedad-continente que no tiene “forma” por lo que todo tiene cabida y, ni siquiera queda claro que pueda hablarse de tolerancia social.

En el tiempo presente, solo cabe el uso del término “perversión” para hacer referencia no tanto a hechos concretos como al significado de comportamientos, actitudes y comunicaciones lingüísticas que tienen el objetivo de crear confusión en los otros interlocutores, lo que a su vez tiene la consecuencia de generar una ambigüedad que no favorece la claridad del pensamiento y su correspondiente comprensión. Al contrario, potencia la manipulación, el engaño y autoengaño, el clima de indiferenciación al servicio de no detectar lo nocivo de lo beneficioso para el buen desarrollo de las personas.