La anorexia de origen psicológico es un trastorno de la alimentación que consiste en negarse a comer, habiendo comida al alcance. Como consecuencia, conlleva una pérdida de peso significativa que suele desencadenar desarreglos fisiológicos, y en último extremo puede conducir a la muerte. La persona anoréxica va restringiendo la ingesta alimentaria, y como efecto secundario a esta restricción tan severa, puede experimentar episodios de bulimia que suelen culminar con la auto provocación del vómito.
Descartando las causas por enfermedades orgánicas o derivadas de ellas, el origen de la oposición a comer se halla en conflictos emocionales de diversa índole. Ya en el bebé, puede observarse actitudes de rechazo del alimento como expresión de enfado y rechazo a la madre, como expresión del temor a ingerir un alimento que en vez de nutrir resulte nocivo, como expresión de la desconfianza por no saber discernir entre lo que resulta bueno para el organismo de aquello que puede ser dañino.
La anorexia de aparición más tardía y frecuente en la adolescencia está muy asociada a la propia imagen corporal, ligada a su vez a la formación de la propia identidad. Este proceso tan complejo puede quedar interferido por dificultades a la hora de establecer identificaciones con las figuras parentales, en el caso de las chicas es especialmente relevante la dificultad o rechazo a identificarse con la figura materna. Es en este contexto, que los modelos sociales de delgadez potenciados por las modas de éxito que predominan en el entorno de las jóvenes anoréxicas, van a adquirir la máxima relevancia como unos referentes a alcanzar, artificiales e idealizados, para compensar y contener su baja autoestima.
En no pocas ocasiones, la anorexia constituye una formación reactiva de la bulimia, es decir, el alimento tiene una gran significación emocional como sucede en la bulimia, pero la persona anoréxica interpone una fuerte prohibición a la ingesta descontrolada del alimento. De tal modo que aunque el impulso voraz persiste, su manifestación externa es nula por su severo rechazo, el resultado de este intenso conflicto es un estado casi permanente de ansiedad y nerviosismo que, a menudo, desencadena pensamientos obsesivos sobre lo que se ha comido o lo que no, sobre el incremento o descenso del peso, sobre el tiempo que falta para la siguiente comida, etcétera. En estos casos, podría decirse que por negarse a comer adecuadamente, la persona queda mental y obsesivamente atrapada por la comida.
Cuando existe una adecuada mentalización, la persona anoréxica puede llegar a reconocer que comer le proporciona un placer sublime e insaciable, precisamente, esta es la razón por la que ha de privarse severamente manteniendo un control férreo en la restricción de la ingesta alimenticia. La amenaza de llegar a comer desaforadamente, la desconfianza en la propia capacidad para poner un límite a tal voracidad provoca una reacción muy rígida y tiránica hacia el propio yo.
En estas condiciones físicas (pérdida de peso) y mentales (obsesión por el alimento ingerido y por el no ingerido) la sensorialidad adquiere una gran importancia, de tal manera que para la persona anoréxica la sensación de sentirse satisfecha tras haber comido adecuadamente (las pocas veces que se lo permite) equivale a estar gorda, lo que desencadena la tortura mental de exigirse de nuevo la restricción estricta del alimento. Podríamos decir que hay una intolerancia a aquellas sensaciones de saciedad y placer obtenidas por la ingesta de comida. Asimismo, ingerir algún alimento que pueda contener muchas calorías (dulces, chocolates, repostería, etcétera) produce sensaciones de estar sucio por dentro, lo cual inmediatamente desencadena sentimientos inquietantes de no estar a gusto con el propio cuerpo.
Los trastornos de la conducta alimenticia conllevan un gran sufrimiento para las personas que lo padecen y pueden mentalizarlo, ya que en estos casos son capaces de evaluar el grado de distorsión mental que padecen, las confusiones que no pueden dejar de realizar, el caos mental que las domina y la poca fuerza que tienen los razonamientos basados en la realidad externa para llegar a sentirse mejor.