Hablamos de la crisis evolutiva en la adultez, pero con el concepto de adultez nos estamos refiriendo a un período muy impreciso, puesto que la adultez abarca un amplio número de años, se acostumbra a considerar la primera adultez alrededor de los 25 años y podríamos convenir que finaliza entremezclándose con el inicio de la etapa de la vejez, alrededor de los 60 años. En cualquier caso, nos daría igual la edad concreta y nos importaría más el concepto de referirnos a la edad media de la vida.
Elliot Jacques (1965), por ejemplo en su trabajo sobre “La muerte y la crisis de la mitad de la vida”, hablaría de la crisis a los 35 años pero reconoce que su presencia e inicio puede abarcar diferentes edades según el individuo y, en ocasiones, también puede tenerse en cuenta el papel que juegan las variables biológicas en dicha crisis, como es la menopausia en la mujer y la reducción de la intensidad de la apetencia y conducta sexual en el varón. Aunque, a diferencia de lo que sucede en la adolescencia y en la vejez, el componente biológico en la adultez no sería uno de los factores determinantes en la crisis, sino que adquieren más relevancia los factores psicosociales que se hallan en el contexto vital del sujeto en crisis.
Al sujeto adulto se le presupone una madurez que, evidentemente, no es la misma para cada individuo y que nunca llega a alcanzarse de un modo pleno y total, sino que cada individuo haría unas aproximaciones para irse instalando cada vez con mayor predominio en ese estado de madurez. El cual, de alguna manera, hace referencia a una actitud de serenidad, de un mayor control de los impulsos, de aceptación de las vicisitudes de la propia vida, en términos de Freud aceptar el predominio del principio de realidad sobre el principio del placer. Hay reconocimiento de las propias limitaciones lo que implica una disminución de la omnipotencia infantil, todo lo cual se asocia a una mayor capacidad de tolerancia a la frustración de los propios deseos.
Según Elliot Jacques, en la edad media de la vida una concatenación de circunstancias provocará la crisis que pondrá a prueba las capacidades que tiene el individuo para la adquisición y asentamiento de este proceso de madurez. Un lugar central lo ocupa la toma de conciencia de la propia muerte personal, hasta ese momento lo más probable es que el individuo haya sido un espectador pasivo de la muerte de los demás, se trataría de un fenómeno que les sucede a los otros, los mecanismos de defensa han actuado, hasta entonces, con tanta fuerza que se la percibe a tal distancia de uno mismo que casi es impensable hacer una reflexión como un acontecimiento propio. La hipotética muerte formaría parte de los accidentes de la vida que son posibles pero poco probables, pero nunca como un proceso natural al que se tiene que llegar, ineludiblemente, al final de la vida. Ahora, en cambio, sí se piensa en la muerte de uno mismo como un hecho real, ya se tiene la experiencia de haber perdido a personas significativas como padres y familiares cercanos. Además la idea de la propia muerte, paradójicamente, iría ligada a logros vitales más o menos exitosos pero, en cierto modo, ya concluidos.
La realización personal ya se está viviendo o bien, ya no se tiene demasiada esperanza de poder ser vivida debido al cansancio y al desgaste que se siente por el propio discurrir de los días y de la vida. Más o menos inconscientemente, se hace balance de la vida, se renuncia a los ideales y ambiciones no conseguidas. Yo creo que a todos estos factores, habría que añadir el de las dificultades personales originadas en la historia vital previa del sujeto, especialmente en su infancia, que no han podido quedar resueltas y que aportan una determinada tonalidad emocional a la crisis.
Toda esta constelación circunstancial que favorece la aparición de la crisis de la adultez en el individuo, puede agravarla aún más si cursa con deterioros en la salud que impliquen discapacidades físicas y/o psíquicas; Y también, si se llega a la edad media de la vida sin haber conseguido demasiados logros experienciales (no hay pareja, no hay hijos, no ha habido estabilidad laboral,..) y/o si las experiencias habidas han sido fallidas (rupturas en la/s pareja/s, hijos con un crecimiento deficitario, un trabajo que ofrece un bajo nivel de satisfacción personal, etc.). En ambos casos hipotéticos, el sujeto llegaría a la crisis de la adultez bastante mermado en sus recursos personales.
Toda crisis evolutiva en la adultez, pone al descubierto la manifestación de aquellos conflictos primitivos de la persona que han quedado irresueltos. Esto significa que, si bien la crisis evolutiva en la edad adulta tiene unas características que la definen, rara vez se expresaría en estado puro. Es decir, difícilmente representaría para el sujeto únicamente una crisis de transición como reacción al paso del tiempo y al acercamiento a la vejez. Sino que emergería en perfecta combinación con aquellos temas del pasado que han quedado sin enfrentar y sin resolver. Precisamente, este detalle es lo que confiere mayor complejidad a esta crisis, ya que el pasado tiene un peso específico en la adultez, es extenso y amplio, se entremezcla con lo novedoso del momento presente, y contiene todos los elementos para enfrentar el presente y el futuro, tanto los que se considerarían auténticos recursos que han contribuido al desarrollo del individuo hasta ese momento, como aquellos no adecuados, que constituyen aspectos más deficitarios. Con este bagaje personal, habrá de luchar para superar la crisis que implica un nuevo intento de resolver lo que quedó pendiente en el pasado, más la tarea de enfrentarse al futuro, ya sea con esperanza y renovación o no, teniendo en cuenta la presencia de la idea de la muerte en el mismo. Sobre todo, importará valorar si la tarea reparatoria ha sido y puede seguir siendo exitosa, dejando libre al sujeto para permitir que el desarrollo de su capacidad creativa prosiga.
Si el desarrollo del individuo no ha sido suficientemente sano, difícilmente podrá abordarse la crisis de evolución puesto que, quedaría enmascarada por la psicopatología del individuo y ésta haría muy difícil y complicada la elaboración de la crisis, por lo que el alcance de la adultez (entendida como un proceso de madurez y no como un sumatorio de años) se haría de una forma muy precaria. Cuando el crecimiento ha sido predominantemente saludable, entonces la crisis de evolución con sus características resulta más susceptible de ser elaborada por el sujeto aunque ponga al descubierto conflictos del pasado no resueltos adecuadamente y/o insuficientemente resueltos.
Para que la capacidad creativa esté activa, en el momento presente y cara al futuro, ha de resurgir como resultado de un proceso de reparación depresiva, el cual a su vez está ligado a la elaboración del duelo por todo aquello del pasado que se perdió, por todo aquello que se deseó y no se pudo obtener nunca. Sólo sintiendo y aceptando las propias limitaciones, y teniendo constancia de las diferentes experiencias de pérdida, el individuo puede llegar a superarlas transformándolas por medio de la simbolización en nuevas iniciativas, tareas, relaciones, proyectos, etc. Esta recreación de aquello perdido va a permitirle seguir sintiéndose vivo y con energía para tener expectativas ante todo lo nuevo y desconocido que implica el futuro.