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Ana Minieri Psicòloga i psicoterapeuta a Barcelona

”Més de trenta anys d’experiència en l’assistència i tractaments psicològics a Barcelona.”

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El sentimiento de culpa puede considerarse como uno de los más dolorosos y difíciles de soportar para el ser humano, por ello la tendencia primaria cuando se tiene es proyectarlo afuera, en otros, para poder liberar al yo del malestar que implica. Pero al hacer este movimiento, la persona también deja de ponerse en condiciones de poder realizar el trabajo mental y emocional de elaboración de la culpa, y entonces queda privada del crecimiento personal que produce el proceso de reparación al que conduce.

Entiendo el sentimiento de culpa como un pesar emocional que el individuo siente a consecuencia de tener y/o realizar determinadas fantasías, conductas, pensamientos y deseos referidos a un contexto situacional determinado, que también suele afectar a otros seres. En ocasiones, la relación entre la causa y el efecto de la culpa no se halla en la conciencia de la persona, sino que ambos componentes siguen caminos internos separados dentro de ella. Esto provoca que el sujeto no pueda comprender qué pensamientos o conductas le desencadenan el malestar y el pesar de la culpa porque no la siente en su contexto. Otras veces, el sujeto puede tener un claro sentimiento de culpa, pero no saber a qué se debe, cuál es el porqué de este sentimiento y entonces para entrar en coherencia con lo que siente, busca argumentos racionales o pasa a realizar comportamientos, a posteriori, que justifiquen la lógica de la culpa.

El sentimiento de culpa está muy relacionado con el sentimiento de responsabilidad que tiene la persona en todo lo concerniente a sí misma, pero ambos sentimientos de responsabilidad y culpa, no se han de considerar sinónimos, ya que la responsabilidad no tiene porqué conllevar una connotación negativa que, en cambio, la culpa siempre tiene y por ello resulta ser un peso emocional, una carga emocional difícil de sobrellevar.

La culpa está íntimamente asociada con el mal en sentido genérico, por esta razón, a menudo cuando alguien siente culpa también siente que es “malo” y/o hace las cosas mal. Acarrear con esta identidad e imagen defectuosa de uno mismo resulta tremendamente duro, provoca que se tambalee la confianza en la propia bondad y suele ser causa de posible retraimiento social e inhibiciones significativas de conducta. Una deficiente gestión del sentimiento de culpa puede ser origen de intensas ansiedades persecutorias, de conductas psicopatológicas severas como, por ejemplo, adicciones diversas, conductas psicopáticas y de inadaptación social, etcétera.

En términos generales, la culpa no elaborada se halla detrás de múltiples conductas autodestructivas y, en el peor de los casos puede desencadenar deseos de no seguir viviendo y ser causa de suicidio. El común denominador de estos perfiles con alteraciones psicológicas es que el propio yo, busca autocastigarse en el sentido de hacerse daño a sí mismo con el objetivo de expiar la culpa y así, poder sentir el alivio de su pesar.  Evidentemente, este alivio momentáneo de la culpa es demasiado efímero como para considerar exitosas y adecuadas estas actitudes punitivas, puesto que hacerse daño a uno mismo también es un generador de sentimientos de culpa, por lo que toda la situación en vez de arreglarse, va empeorando cada vez más entrando en un bucle inacabable de sufrimiento y angustia.

El trabajo mental de elaboración de la culpa podrá llevarse a cabo si se conjugan adecuadamente dos variables, la fuerza del yo y la intensidad de la culpa. A mayor fuerza del yo, mejores condiciones para que la culpa, aunque intensa, pueda ser tolerada.  A la vez que, conviene intentar tomar conciencia de aquellas actitudes que pueden conducir a generar e incrementar el sentimiento de culpa para conseguir moderar su intensidad. Ello permitirá iniciar el proceso de reparación creativa que promoverá el crecimiento del individuo.