En la actualidad hay una fuerte tendencia, por parte de los padres, a utilizar el centro escolar a edades tempranas del niño. La causa primordial es el papel fundamental de la mujer trabajadora en la sociedad. La perspectiva de un futuro laboral que le implique compromiso y progreso puede chocar con dar el espacio y el tiempo que requiere la función maternal, la cual, con muy buen criterio, tiende a estar cada vez más compartida con el padre. En cambio, y lamentablemente, existen fuertes dificultades para desarrollar auténticas políticas de conciliación. Todo ello hace que las funciones que se esperan de la escuela se ensanchen y resulten excesivas para los enseñantes, y las relaciones familiares puedan palidecer y quedar un tanto desvirtuadas.
En otro escrito ya he señalado cómo el nivel de maduración correspondiente a los tres años del niño resulta la edad idónea para iniciar la escuela. Si todo ha ido correctamente en su evolución, el niño ya sabe comer, caminar, contener los esfínteres y hablar para poder pedir lo que necesita y explicar lo que le pasa. Tiene la capacidad suficiente para diferenciar lo conocido de lo desconocido y memoria suficiente para recrear en su mente todo aquello que se halla ausente en ese momento, pero no destruido. Todos los centros pedagógicos que acogen a niños de menor edad han de pretender transformarse en sustitutos del hogar paterno, y la atención a los niños ha de ser lo más cercana, cálida y afectuosa posible para emular el contacto y la relación del infante con sus padres. Mientras que los centros escolares que acogen niños de tres años en adelante tienen como función principal la de proseguir la tarea de socialización y aprendizaje que se inició en el domicilio familiar.
En muchos casos, los niños pueden llegar a pasar jornadas de ocho, nueve y hasta diez horas en el centro escolar si contabilizamos las actividades extraescolares. Lo que le convierte en un entorno de máxima influencia socializadora y educativa para el desarrollo del niño. Teóricamente, es el segundo agente socializador después de la familia. Desde un punto de vista emocional, si el niño puede separarse de la familia adecuadamente habrá de hacer un esfuerzo para adaptarse a los compañeros, y a los profesores renunciando a tener un trato individualizado como sucede en casa. Habrá de comprender y aprender a compartir el espacio y tiempo de las actividades con los otros alumnos en su misma situación. Asimismo, habrá de tolerar que los adultos le traten predominantemente como a uno más del grupo, sin privilegios ante los demás, incluso a veces siendo ignorado como individuo. Paradójicamente, esta situación obliga al niño a reconocerse a sí mismo cada vez más como individuo, a descubrir sus capacidades y dificultades, y a desenvolverse con el esfuerzo de sus propios recursos, lo que también incluye saber pedir ayuda cuando la necesita.
Un factor compensatorio y muy gratificante en el desarrollo de la vida escolar de los niños es que se hace acompañado de los iguales, de los “hermanos de escuela”. Entre ellos se establecen vínculos muy estrechos de amistad, se ensayan y comparten la expresión de las necesidades emocionales más personales: rivalidad, rabia, conflictos, exclusión, afecto, ayuda mutua, juego, miedos.
Saber y comprobar que la manera en que se vive no es única, sino que la viven otros niños es un revulsivo a sentirse abandonado por la familia. El pensamiento sería más o menos el siguiente, “a los otros les pasa lo mismo que a mí, por tanto, yo soy como los demás. Lo que vivo es lo normal.”
Los padres han de poder establecer una relación con la escuela de máximo equilibrio entre lo que son las funciones del centro y las suyas propias, limitando su delegación. Para ello, se requiere tener conciencia de su papel como progenitores del niño, cómo se constituyen en modelos de identificación para el niño en base al vínculo emocional de pertenencia y cariño. En este sentido es importante la buena comunicación del centro pedagógico con la familia, lo que aligera la presión de los maestros y además, vale la pena recalcar que existen estudios en donde se ha comprobado que los niños, mejor y más atendidos por los maestros son aquellos cuyos padres mantienen un contacto frecuente con el centro escolar, asisten a las reuniones, solicitan entrevistas con los tutores y participan de la vida escolar.