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Ana Minieri Psicòloga i psicoterapeuta a Barcelona

”Més de trenta anys d’experiència en l’assistència i tractaments psicològics a Barcelona.”

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El título de este breve artículo es un juego de palabras, que hace referencia a que el adolescente no tiene futuro, en el sentido de que está viviendo un tiempo de transición, y los  pasos que va dando le llevan a crear y descubrirse en el momento presente. Cuando, por fin, ya esté instalado en el futuro, se revelará como un joven adulto al igual que si hubiera nacido de nuevo.

143/365  Come Sail Away With MeLa adolescencia constituye un período de la vida que dura varios años, en los que los jóvenes sufren una gran cantidad de cambios, tanto a nivel corporal como psicológico, los cuales a su vez provocan y estimulan cambios en las relaciones con el entorno, la familia, los centros educativos, los amigos, etcétera. Precisamente, por este intenso proceso de transformación en un tiempo relativamente breve, se considera  la adolescencia un período de crisis evolutiva.

El adolescente está desprendiéndose de su niñez y camina hacia el territorio del mundo adulto, sin conocer aún sus características. Ambos procesos, la pérdida de la infancia, segura y conocida, y el acercamiento al ámbito de la vida adulta incierta y temible, se producen conjuntamente y pueden solaparse e irse alternando. Constituyen los dos ejes sobre los que se forma el entramado, generador de muchas emociones y ansiedades que los muchachos tienen que soportar, entender y resolver, como buenamente puedan. Evidentemente, este difícil trabajo psíquico conlleva tiempo y, si todo va bien, conduce al crecimiento. De esta manera, se consigue salir de este escollo que plantea la vida y que nadie puede esquivar sin cargar con dolorosas consecuencias.

Los cambios a los que se ven abocados los  adolescentes son muy complejos y abarcan todas las esferas de su vida: las modificaciones de su cuerpo, las transformaciones en el sentimiento de identidad, la asunción de mayor responsabilidad sobre sus decisiones, la tolerancia de la propia intimidad, el progresivo aumento de la autonomía, etcétera.  Por ello sus reacciones y comportamientos pueden llegar a ser muy diversos y oscilantes, en ocasiones siguen siendo los niños conocidos, y en otras son jóvenes distantes. El entorno familiar reacciona con sorpresa y, a menudo, con grandes dificultades para llegar a  comprender lo que les está sucediendo. La comunicación, entendida como el establecimiento de un espacio común y conocido por todos, adolescentes y adultos, se vuelve muy compleja, por no decir que es casi  imposible.

Happy feetEl entorno social actual, también choca en el adolescente: la sobre valoración del cuerpo ideal, que a través de la publicidad impacta continuamente sobre los jóvenes. Los mensajes de carencia de futuro laboral, la sexualidad filtrada en casi todas partes, los diferentes tipos de organización familiar que han ido acompañando su crecimiento hasta el momento presente (padres separados, segundas parejas de los padres, familias monoparentales, cohabitación con otros jóvenes “como si” fueran hermanos pero sin serlo, etcétera), los nuevos tipos de comunicación determinados por las tecnologías, la cultura del cambio a velocidades vertiginosas. A todo ello se le ha de sumar la carga de expectativas y proyecciones que los adultos depositan sobre ellos.

Sin lugar a dudas, a los jóvenes no les resulta fácil llevar a cabo el tránsito, y menos cuando “los rituales de paso” no están bien definidos y pueden llegar a ser cuestionados por el propio adolescente. Los modelos son frágiles, cambiantes y muy diversos. Paradójicamente, cuanta más necesidad de puntos de apoyo externos, más han de sostenerse sobre sí mismos. Ante este panorama, los adultos implicados han de estar dispuestos a realizar un acompañamiento marcado por el miedo, la inseguridad y la incertidumbre. A la vez que también corren el riesgo de sentir que se reactivan, todos aquellos aspectos conflictivos de  su propia adolescencia que quedaron poco clarificados y entendidos.

A menudo, los padres desean ilusoriamente ahorrarles a los hijos adolescentes, y seguramente a sí mismos también, el sufrimiento de la incertidumbre. Por este motivo, pueden llegar a empeñarse en que los jóvenes han de seguir la senda que ellos le trazan porque es la vía más segura. Cuando, precisamente, tomar este atajo es lo que puede obstaculizarles el crecimiento. La experiencia vital de los progenitores cuando les ha resultado provechosa, ha de servir como marco de confianza en los hijos, comprendiendo que ellos han de vivir su propia experiencia personal para aprender de ella, aunque implique vivencias “erradas”, y proyectos frustrados. Sólo así la experiencia personal podrá ser procesada simbólicamente, reflexionada y reparada.